Fue en la pandemia cuando la vida me hizo experimentar una sensación inolvidable y que me llevó a conocer a Gabriela, musicoterapeuta que después se convertiría en mi supervisora y guía. Trabajando en la clínica de Hemodiálisis, acostumbraba a llevarme el piano para amenizarles días claves como la Navidad o Semana Santa, tan importante en Sevilla. Son pacientes crónicos que conocía desde muchos años atrás y tocar allí era como tocar en casa.

Durante la pandemia de Covid-19 y aprovechando el Día Mundial de la Enfermería, trasladamos la música a la planta de nefrología del Hospital Virgen del Rocío y al Hospital Militar que por ese entonces albergaba los pacientes más críticos de Covid-19. Fue en este último hospital donde me di cuenta que para que la música adquiera ese poder terapéutico es necesario servirnos de esa segunda palabra que compone la que es ahora mi profesión: MúsicoTERAPIA.

Yo fui a amenizar y crear un ambiente musical, pero tras ello me fui a mi casa sin saber que efecto había causado en ellos. Ahí entendí por qué es tan necesaria la Musicoterapia en los hospitales y no quedarse en la superficie de poner música que, normalmente, no elige el paciente.

La musicoterapia permite ajustar, adecuar, nivelar, moldear la música a las características y necesidades de un paciente o varios (si es grupal) y tratar todas las emociones y validar los comportamientos que surgen de ello. Ellos además pueden ser partícipes de forma activa o pasiva. Es decir, es trabajar mediante ese conjunto de sonidos que estamos poniendo al servicio.